España mantiene una relación
esquizofrénica con Teodoro Obiang, el
dictador que desde 1979 gobierna con mano de hierro su única excolonia en el
África subsahariana. Le invita al funeral de
Adolfo Suárez, pero aclara que se trató de una invitación genérica a
las autoridades del país y no personalmente dirigida a él; y evita además la
difusión de imágenes del momento en
que el Rey y Rajoy le saludaron a la entrada de La Almudena. Le
cede la tribuna del Instituto Cervantes de Bruselas, pero subraya que la
iniciativa partió de la embajada ecuatoguineana en la capital belga y la Casa del Rey se
apresura a negar que don Juan Carlos influyera para abrirle las puertas de la
primera institución cultural española. Pero ha sido
La Moncloa la que ha rizado el rizo en esta política de abrazar al autócrata,
pero no mucho y, sobre todo, sin que se note.
Según fuentes comunitarias, Obiang
pidió una entrevista con Rajoy aprovechando la
coincidencia de ambos en la cumbre Unión Europea-África que se
celebra el miércoles y jueves en Bruselas. La Moncloa rehusó la cita, pero
ofreció una alternativa. Rajoy y Obiang podrían sentarse uno al lado del otro
en la cena que celebran este miércoles los más de 80 mandatarios europeos y
africanos, así como representantes de organismos internacionales, que asisten a
la cumbre.
Ambos hablan castellano y no
tendrán problemas para entenderse y la duración de la cena será sensiblemente
superior a la que hubiera tenido una entrevista bilateral. Para hacer posible
que se sienten juntos habrá que alterar el orden de colocación de los
comensales; ya que a Rajoy, representante de España, le correspondía por orden
alfabético sentarse entre sus homólogos de Eritrea y Etiopía.
Los recelos de Rajoy ante el nuevo
ímpetu proespañol de Obiang están más que justificados. Los sucesivos gobiernos
españoles han salido trasquilados cada vez que han intentado aproximarse a
Obiang. Sus promesas de dar a las empresas españolas una porción del pastel del
petróleo nunca se han traducido en hechos. Al contrario, los empresarios que se
han aventurado a hacer negocios en Guinea Ecuatorial han denunciado el chantaje
y la extorsión de sus socios locales (la mayoría de las veces familiares de
Obiang), con la complicidad del régimen. Respecto a las promesas de apertura
democrática, siempre acaban desmentidas por los hechos.
El último ejemplo ha sido la
moratoria en la aplicación de la pena capital, a la que Obiang se comprometió
en febrero pasado para ser admitido en la lusofonía (la Comunidad de Países de
Lengua Portuguesa). Amnistía Internacional ha denunciado que pocas semanas
antes entre cuatro y nueve presos fueron ejecutados. Su sospecha es que Obiang solo
aceptó la moratoria tras liquidar a todos los presos condenados a muerte.
Fuentes diplomáticas dudan de la
sinceridad de la hispanofilia de Obiang y creen que más bien responde, como su
acercamiento a Portugal (con el pretexto de que en la isla de Annobón se habla
el criollo portugués), a su necesidad de legitimación internacional tras los
problemas judiciales de su hijo y sucesor, Teodorín, en Francia y EE UU. Por
eso Obiang busca tanto la foto de la que Rajoy huye.