Ramón Lobo
Periodista
Domingo, 13 de abril del 2014
http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/obiang-petroleo-incomodo-3248857
Periodista
Domingo, 13 de abril del 2014
Teodoro
Obiang Nguema es el dictador de Guinea Ecuatorial, una antigua colonia
española. Esto lo podemos decir en voz alta porque no es chino sino africano.
Tiene mucho petróleo pero lo extraen empresas estadounidenses. Es un dictador
amigo, alguien que está bajo control. Para entendernos: es nuestro hijo de
puta, según la cínica división del mundo de Henry Kissinger. Para
Washington, Obiang es solo un apuro de baja intensidad. Para España es
un problema de imagen, no de contenido. Aquí tampoco hablamos de derechos
humanos, ni de saqueo económico, ni del patrimonio exterior de los altos cargos
del régimen. Aquí no hablamos de casi nada porque aspiramos a tener una parte,
aunque sea mínima, del negocio petrolero.
El
dictador ecuatoguineano estuvo en Madrid en el funeral de Adolfo Suárez.
Pudo haber sido un émulo del presidente español, un democratizador, o lo que
fuera en realidad Suárez.
Cuando
derrocó a su tío Francisco Macías en 1979 prometió a su pueblo
democracia, libertad y prosperidad. Era la moda entonces: puedo prometer y
prometo. Fue un calentón fruto del entusiasmo. Después echó cuentas y prefirió
la seguridad del poder absoluto al riesgo de unas elecciones libres. Cuando
perdió las municipales de 1995 tras dejarse camelar con una tímida apertura,
suspendió el escrutinio y nunca más volvió a jugar con fuego. Las urnas las
carga el diablo.
El
Gobierno español le ofreció en aquellas elecciones un fraude pactado, que
dejara ganar a la oposición en nueve distritos. A cambio, España prometió
ayudas a la oposición si aceptaba la componenda. La oposición, aceptó; España
incumplió. No fue la primera vez.
Pacto
frustrado
En unas
elecciones generales el embajador español propuso al dictador que permitiera 20
escaños para la oposición en un Parlamento de 100. Obiang le miró con
expresión de sorpresa y respondió: «Veinte son muchos». En aquellas elecciones,
la oposición democrática obtuvo dos escaños. Las cosas han empeorado: ahora
solo tiene 1. Es una mayoría absoluta aplastante 99-1.
España
nunca supo qué hacer con Obiang, cómo tratarle. Se ha intentado casi
todo: desde la mano amiga sobre el hombro (Felipe González en alguna
etapa) al golpe de Estado en alguna otra.
Siempre
me resultó extraño el movimiento de barcos y tropas españolas en verano de
2004, durante el Gobierno de Aznar, justo cuando estaba en marcha una
operación internacional para derrocar a Obiang. ¿Sabíamos algo?
¿Estábamos a favor o en contra? En la asonada de 2004 estaban implicados
empresarios libaneses, Mark Thatcher, el hijo de la dama de hierro y Simon
Mann, el fundador de Executive Outcomes, la principal empresa de
mercenarios, entre otros. Su objetivo era poner a Severo Moto en el
poder. Fracasaron.
Guinea
Ecuatorial es una república bananera, no un gulag como Corea del Norte o un
régimen asesino como el de Sadam Husein. Con el régimen asesino de
Bagdad hicimos muchos negocios hasta que dejó de ser útil. Obiang no es
un asesino en serie, como Sadam, solo parece una fotocopia del personaje
de Tirano Banderas.
Su
régimen viola los derechos humanos, encarcela a capricho, maltrata presos,
según las denuncias de las oenegés de derechos humanos; tampoco permite
elecciones libres ni libertad de prensa. Es un régimen cleptocrático que
celebra unas elecciones amañadas en las que solo gana él y su partido, el PDGE.
Pasado el bochorno del funeral, todo regresa a su cauce, al silencio.
España
nunca supo qué hacer con Malabo. Ni siquiera sabe distinguir una elección
fraudulenta. A cada elección, el Parlamento español manda observadores que más
que observar ayudan a legitimar una farsa. La de Fátima Aburto (PSOE), Francisco
Ricomá de Castellarnauo (PP) y Jordi Xuclá i Costa (CiU) en 2007 fue
escandalosa en sus conclusiones. Cuando no se denuncia una dictadura se es
cómplice de ella.
No fue
una buena idea permitir que Obiang acudiera al funeral de una persona
con la que no tenía nada que ver. Tampoco fue una buena idea que lo oficiara Rouco,
un tardofranquista que aprovecha cualquier ocasión para cizañear. Tampoco lo
fue que el templo se llenara de políticos que hicieron la vida imposible a
Suárez y que han traicionado lo mejor de la Transición, el espíritu de
consenso. ¿Qué hacían allí los ministros más retrógrados? Fijarnos solo en
Obiang no deja de ser un rasgo de racismo.
Nadie
ha dado explicaciones aun sobre la invitación de una institución pública como
el Cervantes de Bruselas a Obiang, cuyo desprecio por la cultura es
notorio.
¿Seguimos
haciendo méritos para que nos dejen un poco de la tarta del petróleo? Al final
lo vamos a conseguir.