El presidente Obiang construye ciudades de lujo a espaldas de los ecuatoguineanos
ÁLVARO DE CÓZAR - Madrid - 18/07/2011
Sipopo ya no es una pequeña aldea con casas bajas clavada en la selva tropical, al noreste de la isla de Bioko (Guinea Ecuatorial). En su lugar, diez empresas extranjeras han levantado en menos de dos años el capricho imaginado por el presidente Teodoro Obiang: una ciudad africana que parezca europea. Hay un hotel de lujo, dos palacios de conferencias, 52 chalés para jefes de Estado, un hospital, un campo de golf, una playa privada, y una autovía iluminada de 16 kilómetros y tres carriles para llegar hasta allí.
El sueño de Obiang es un escaparate de edificios de cristal construido expresamente para acoger la cumbre de la Unión Africana, celebrada hace 15 días. Como presidente de la organización, quería mostrarse ante los líderes de los 52 países africanos como el poderoso mandatario de un país pequeño pero cargado de petróleo. La nueva ciudad ha costado más de 580 millones de euros y las autoridades han asegurado que el complejo de 300 hectáreas se convertirá ahora en una zona turística de lujo que permitirá diversificar la economía del país.
Pero el lugar es inaccesible para la mayor parte de los ecuatoguineanos, que solo pueden llegar hasta allí si es en compañía de los diplomáticos extranjeros. La llaman la ciudad prohibida. "Conseguí entrar hace poco invitado por un diplomático. Es un lugar lujoso pero no hay nadie ahora. Ni un gato. Y las luces de la autopista ya no funcionan. ¿Cómo se va a mantener todo eso si no se dan visados para que los turistas visiten el país?", dice Wenceslao Mansogo, médico, concejal en la ciudad de Bata y miembro del principal partido opositor, Convergencia para la Democracia Social (CPDS), con un solo escaño de los 100 que tiene el Parlamento.
Sipopo no es el único lugar donde el dictador guineano, que gobierna la excolonia española desde el golpe de Estado de 1979, ha decidido expandir su afán urbanístico. En los últimos años, Obiang se ha embarcado también en la ampliación de Malabo, ha construido un mausoleo en Bata y ha ensanchado los límites del Palacio África, su residencia en la misma ciudad, obligando a muchas personas a buscar otro sitio en el que vivir. Uno de ellas es el propio Mansogo, que estos días ha visitado Madrid para denunciar las políticas del Gobierno de Obiang.
El 18 de junio de 2007, Mansogo se enteró de que Obiang había estado recorriendo a pie la orilla del río Ekuku, en el límite del Palacio África, mientras señalaba a su séquito varias extensiones de terreno ocupado por familias. En uno de esos terrenos estaba la casa de Mansogo y su familia. Al día siguiente, las excavadoras estaban allí para empezar a hacer zanjas. Armado con un machete, el médico consiguió sacarlas de su tierra, pero poco después las excavadoras regresaron, esta vez con agentes de policía. "Tenía los documentos de propiedad y denuncié los hechos, pero no sirvió de nada en este país sin justicia", relata Mansogo.
La construcción de palacios presidenciales se ha extendido por toda Guinea Ecuatorial. Además del de Bata, Obiang ha mandado levantar nuevas residencias en Luba, Malabo II, Moka y Mongomo. El nuevo sueño del dictador es construir una nueva capital para el país en Oyala, una ciudad en medio de la selva, en la parte continental de Guinea Ecuatorial. El proyecto es semiclandestino y, aunque todo el mundo sabe de su existencia, no aparece en los presupuestos generales ni se anuncia en la web del Gobierno.
"La gente está excluida de estos proyectos", señala un abogado guineano que prefiere no dar su nombre. "Se está gastando mucho dinero en cosas que no son beneficiosas para un país tan pobre como este". Las cifras macroeconómicas en Guinea Ecuatorial son engañosas. La renta per cápita estaba en 34.843 dólares en 2010, algo más alta que la de España, según el Banco Mundial. El dato solo sirve para demostrar las fuertes desigualdades en un país donde más del 60% de la población vive con menos de un dólar al día.
Obiang insiste en que sus inversiones traerán beneficios al país, rechaza las críticas por considerarlas contrarias al progreso y trata de aparecer ante el resto del mundo como un hombre que quiere modernizar África. La ciudad costó 580 millones de euros, unas doce veces el presupuesto dedicado a sanidad y educación juntos en 2011.