La expulsión de Guinea Ecuatorial de la ETTI (Iniciativa de Transparencia en la Industria Extractiva) reafirma las críticas internas y externas sobre la corrupción galopante del régimen de Teodoro Obiang, en el poder desde 1979. Con la complicidad de las petroleras norteamericanas y la vista gorda de potencias democráticas occidentales, principalmente Estados Unidos, Francia y España, el régimen negroafricano ha encontrado en la corrupción la manera más épica de perpetuarse en el poder y contentar a sus socios occidentales. Pedro Nolasco Ndong Obama
No hay por dónde empezar para definir el silencio y la complicidad que las potencias democráticas occidentales y la denominada comunidad internacional mantienen en torno al caos sociopolítico que se vive en Guinea Ecuatorial. Menos aún lo es describir el modus operandi con el que campa y se cola el general Teodoro Obiang en sociedades civilizadas con la anuencia de sus instituciones y dirigentes.
La decisión de la ETTI de expulsar a Guinea de su seno ilustra, pero sólo a vista de pájaro, parte del drama que vive el país centroafricano, donde una familia está esquilmando los recursos naturales en provecho propio, ha diezmado las esperanzas de libertad de varias generaciones y recrimina, con prácticas de terrorismo de Estado, cualquier exigencia interna de apertura democrática, a pesar de haber decretado oficialmente el pluralismo político.
Guinea Ecuatorial es un país que ha suscrito importantes tratados y convenios internacionales sobre transparencia política y económica, respeto de los derechos humanos, democratización y buena gobernabilidad: “El Estado guineoecuatoriano acata los principios de Derecho Internacional y reafirma su adhesión a los derechos y obligaciones que emanan de las Organizaciones y Organismos internacionales a los que se ha adherido”, (artículo 8 de la Constitución).
La Constitución, ‘democrática y pluralista’, si bien semántica, aprobada por referéndum popular en 1991 reconoce, teóricamente, el ejercicio de las libertades públicas y fundamentales, y demás derechos y deberes que cualquier constitución occidental consagra a sus ciudadanos. De ser efectiva, Guinea Ecuatorial estaría a punto de cumplir veinte años de democracia. Empero, este período no ha servido que para fortalecer un régimen omnímodo y monocultivo, que se hace aún más fuerte con el correr del tiempo, en una continua huida hacia delante, anulando, a su paso, los compromisos sociopolíticos suscritos en el plano interno y eterno. La disidencia, harto del hostigamiento y la represión, o se ha domesticado o se ha exiliado.
En medio de este desaire, trastienda de la barbarie política y del desconocimiento tácito de la legalidad refrendada, el régimen de Malabo es hoy por hoy uno de los más intocables del mundo occidental, cuyas potencias democráticas, como Estados Unidos, Francia o España – por citar sólo los que mantienen estrechas relaciones diplomáticas y de cooperación con la tiranía – y sus gigantescas multinacionales han venido ofreciendo todo tipo de colaboración, incluida la militar, a un régimen cuyas prácticas de corrupción pandillera, nepotismo, de terrorismo de Estado y de violación sistemática de los derechos humanos son constantes, sistemáticas y permanentes.
“La familia de Teodoro Obiang, dictador en este país desde hace mucho tiempo, ha acumulado una riqueza fabulosa y el Gobierno no ha mostrado ninguna voluntad política para que se lleve a cabo una verdadera auditoria”, dice un miembro de ETTI al prestigioso diario económico Financial Times.
El susurro de la ONG ni llega tarde ni llega a tiempo, simple abulta el baúl de denuncias continuas y reiteradas de otras ONG’s internacionales como Amnistía Internacional, Transparency International, Freedom House, Reporteros sin Fronteras, Médicos sin Fronteras; de instituciones del sistema de las Naciones Unidas, como la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra o de instituciones gubernamentales como el Departamento de Estado norteamericano, cuyos informes regulares describen de forma sucinta y pormenorizada cómo Teodoro Obiang y su régimen han convertido Guinea Ecuatorial en un bulevar de corrupción y en un enorme campo de concentración, que se extiende más allá de sus fronteras, con secuestros a exiliados políticos en países africanos como Benín, Gabón, Ghana, Nigeria y Camerún.
Los residentes huidos al occidente tampoco están a salvo. Los residentes en el Reino de España tienen que ingeniárselas para sortear la persecución de sicarios a sueldo de Malabo y predispuestos a eliminar físicamente. En verano de 1995, un grupo de estos sicarios actúo en el barrio madrileño de Alcorcón, hiriendo mortalmente a un opositor guineano, que se salvó la vida milagrosamente. Sin embargo, el Gobierno español tuvo que maniobrar cerca del poder judicial para proteger al déspota de Malabo y la Justicia, siempre al son del Gobierno socialista, tachó el tema de delincuencia común, a pesar de los informes policiales, los servicios secretos y las declaraciones de los propios sicarios durante el juicio oral y público.
Con este panorama desolador, está más que demostrado la connivencia de Gobiernos democráticos occidentales con el longevo y execrable régimen de Teodoro Obiang. Las razones quizás hay que buscarlas en los recursos naturales que el hombre fuerte de Malabo regala a sus multinacionales y, cómo no, de las ingentes cantidades de divisa que deposita en sus bancos y la irrupción de sus familiares, colaboradores y demás aláteres en el mercado inmobiliario de Estados Unidos, España, Francia y Suiza. Tampoco se puede pasar por alto los recelos de carácter imperialista y neocolonialista por el control geopolítico y geoestratégico del Golfo de Guinea, donde la pequeña colonia española se presenta como el más perfecto aliado del neocolonialismo en su expresión más sofisticada, si no moderna y contemporánea.
Cualquier analista moralmente comprometida – siempre desde una perspectiva independiente e imparcial – que se pone a investigar el drama que se vive en Guinea Ecuatorial, encontrará sin mayores esfuerzos que el país es prácticamente un gran bulevar mundial de corrupción, donde el propio régimen y sus prohombres; Gobiernos occidentales, sus diplomáticos, multinacionales y demás aventureros pugnan por el saqueo de los recursos naturales como hordas invasores llegados de otro planeta para acabar con la especie humana en los territorios subsaharianos de Guinea Ecuatorial. ¿Quién, en este contexto, va a hablar de los centenares de presos políticos que languidecen en las prisiones, parte de ellos secuestrados en países africanos en una clara demostración de terrorismo de Estado, ni menos del saqueo del los recursos naturales del país?
En veinte años de cuasi-transición democrática los socios del régimen siempre han confiado en avances en el frustrado proceso político del país centroafricano, aun cuando su líder y el partido gobernante rozan el 99,99 de votos en los enésimos procesos electorales organizados, desde las municipales, legislativas y presidenciales, hasta el extremo de que la rendida oposición sólo cuenta con un escaño de entre los 100 que componen la Cámara guineana y menos de una decena de concejales de los cerca de 300 del país.
Cuando se puso en marcha la ETTI en 2002 con el respaldo del Gobierno de Gran Bretaña muchos creíamos que el trabajo de dicha ONG iba a servir de algo a Gobiernos occidentales e instituciones supranacionales como la Unión Europea. Hoy la ETTI grita en vacío y ve en regímenes corruptos y despóticos africanos como sus principales enemigos, cuando es todo lo contrario; el real y verdadero enemigo está en su propio lecho, que no es otro que la Unión Europea, que en ningún momento ha querido contrariar a sus socios africanos cuando violan flagrantemente los variados acuerdos suscritos en materia de democratización, estabilidad política, reforzamiento institucional y transparencia en la gestión económica. Demasiados compromisos para no respetar ninguno y demasiada vista gorda para no incomodar a los sátrapas.
Luego la culpa es, como siempre, de los propios africanos y, sobre todo, de aquellos rendidos desde la impotencia y la desesperación, a quienes las sociedades occidentales reprochan de pasar de víctimas toda la vida. Pero ésta hipérbole no es menos cierta, para no decir cínica o simplemente desconocimiento tácito de lo que realmente ocurre en África y con los africanos, obligados a huir de sus gobernantes, porque son déspotas insaciables y verdugos lunáticos. Los africanos no se pasan de víctimas, sino que justamente son víctimas que no esperan ni reclaman ninguna ayuda de occidente, sino simplemente que les quiete las botas de encima. Si regímenes como los de Guinea Ecuatorial no contaran con el grandioso apoyo y respaldo de multinacionales como Exxon Mobil, Maratón Oil, Amerada Hess, France Telecom., Total-Elf, etc, ni de la cooperación incondicional de países como Estados Unidos, Francia y España, no serían tan prepotentes en el plano interno.
Si la ETTI quiere ser efectiva, poniendo en práctica sus principios, debería librar igual, quizás, la más importante batalla contra sus propios Gobiernos. Y esto es tan fácil como fomentar un debate al más alto nivel cerca de la sociedad civil con suficiente capacidad para influir en la agenda electoral y en el quehacer político de los Gobiernos occidentales, porque la sociedad civil europea o norteamericana no sabe a ciencia cierta hasta qué punto los Gobiernos que votan constituyen uno de los principales obstáculos en la senda de los africanos para definir su propio destino. Si no, hay que esperar todavía una mayor peregrinación de los subsaharianos hacia occidente en las próximas décadas. Porque África se muere ante la ignorancia, complicidad y traición de sus propios hijos y la indiferencia pactada de las potencias democráticas occidentales, el colonialismo nostálgico y una comunidad internacional, la ONU y la Unión Europea que, respecto a África, predican unos valores que no profesan sobre el terreno.