Por: Manyùngula ma-a Dimwémwé
Cualquier persona que haya oído hablar de
Guinea Ecuatorial automáticamente ha tenido la fuerte percepción de que se
trata de un país en el que la oligarquía del poder es la norma; y esto no es gratuito.
En realidad, esta percepción esta reforzada
por el continuo goteo de noticias de pillajes y desfalcos de los fondos del
Estado llevados a cabo por un nepotismo familiar sin igual en todo el mundo,
cuyos actores principales -los Obiang Nguema- están siendo investigados en tres
países por lo menos; lo que se ha traducido en la práctica por una orden de
búsqueda y captura internacional contra el segundo de abordo.
Esta situación tiene como resultado un
sometimiento de la población por medio de la pobreza y una miseria estructural
generalizada sobre la que se apoya la dictadura.
Esta es posiblemente la causa de la incapacidad
del Estado multiétnico de Guinea Ecuatorial y sus instituciones para
reconstruir una nación de ciudadanos guineoecuatorianos libres de acuerdo a la
realidad étnica vigente a día de hoy.
Este país, de contar con políticos honestos
y responsables, habría acometido una seria recomposición del tejido humano y
geográfico por medio de una refundación del Estado multiétnico de acuerdo con la
realidad humana vigente, modificando la estructura territorial para asegurar
una justicia social y erradicar de facto toda posibilidad de reedición de un
etnocolonialismo similar al que hemos tenido que soportar durante casi medio
siglo.
Pero, instalado en la cabeza del Estado, están
unos políticos de poco calado, sin escrúpulos, que no dudan en mentir a todo el
que quiera escucharles.
Desde Teodoro Obiang Nguema, el presidente
raptor de las soberanías de las nacionalidades que componen Guinea Ecuatorial, que
se mantiene de manera ilegitima en el poder; pasando por Teodorín Nguema Obiang
(alias Tontorín), su inútil vástago de vida disoluta, pillado en flagrante delito
de blanqueo de dinero, en búsqueda y captura por la justicia europea; hasta su
primera mujer (de la 5 o 6 que tiene), Constancia Mangue, cuyo sobrenombre
-«bulimia del poder y orgía del consumo»- dice claramente quién lleva puestos
los pantalones en palacio; y que, según los conocedores, entre bambalinas ella
maneja como un muñeco a su marido dictador.
Cuarenta y cuatro años después de la declaración
de la independencia, el Estado en Guinea Ecuatorial sigue sin demostrar
capacidad alguna para regenerarse y adaptarse a su realidad étnica.
La razón esencial es porque esto supondría
desmontar las estructuras creadas por la dictadura, rebajando drásticamente el
poder raptado por «élites» nguemistas locales que no ven ningún beneficio en un
proyecto de reconstrucción institucional, habiéndose constituido en casi todas
las regiones estructuras organizativas paralelas, basadas en lazos clánicos,
usos tribales o preponderancia del partido único PDGE.
Los únicos perdedores son el 95% de la
población y, sobre todo, las etnias discriminadas por el poder Fang.