lunes, 14 de noviembre de 2011

Un guante, los Ferrari, la mansión de "Teodorín"

elsalvador.com

Las señales de enriquecimiento y gasto descomunal de tres expresidentes de Costa Rica llevó al enjuiciamiento y posterior encierro, al menos a dos de ellos

na mansión de treinta millones de dólares, un Ferrari GTO, que vale quinientos mil dólares, el guante blanco de Michael Jackson y, presumiblemente un jet de treinta y dos millones de dólares, han sido decomisados a "Teodorín" Nguema Obiang, hijo del corrupto dictador de Guinea Ecuatorial que, a lo largo de treinta y dos años, ha venido saqueando a su país.

El Gobierno francés se posesionó de una flotilla de automóviles de lujo, también propiedad de "Teodorín", cuya vida fiestera y "cueril" se extendió por medio mundo. Aunque muy tarde, varios gobiernos están siguiendo los movimientos de dinero del clan Nguema y están detrás de lo robado por los Mubarak, la parentela de Ben Ali de Túnez, los inmensos capitales de los Gadafi y de otros granujas en distintas partes del globo, como lo evidencia la captura y proceso de extradición del expresidente guatemalteco Portillo.

El caso de Guinea Ecuatorial tiene algo en común con Venezuela y sus riquezas petroleras: lo que pudo haber sido el escape para una región de pobreza extrema, sirvió para enriquecer inmensamente a una familia, al igual que los ingresos del petróleo de Venezuela se usan para promover las políticas del dictador Chávez, incluyendo evitar el colapso por inanición del castrismo, en Cuba.

Estos casos extremos de corrupción no los ignoran los gobiernos de muchos países democráticos, pues en sus sistemas financieros, en sus grandes hoteles, sus almacenes exclusivos, en sus cabarets y sus joyerías se mueven y gastan fortunas de fábula que es imposible amasar a menos que sean el resultado de saqueos al tesoro público.

Redes infinitas de vigilantes, o libre expresión

Las señales de enriquecimiento y gasto descomunal de tres expresidentes de Costa Rica llevó al enjuiciamiento y posterior encierro, al menos a dos de ellos; como es usual, muchos se preguntan "por qué sólo a ellos", cuando se sabe de peores casos. En tal sentido fue célebre el hallazgo que las autoridades mexicanas hicieron de la fortuna que un jefe policial del Distrito Federal, "El Negro Durazo", acumuló en cinco años: ¡quinientos millones de dólares! Ni pensar en lo que se embolsaron expresidentes de la talla de López Portillo o de Echeverría Álvarez. Se dice que el primero, entre otras bagatelas, compró para su posterior manutención todas las lecherías de alguna importancia del país.

En un foro realizado hace pocos años en Costa Rica sobre corrupción, se hizo ver que la cadena de auditores, técnicos, policías, fiscales, etc., necesaria para ir tras todos los corruptos de un pequeño país caribeño, sería enorme, pues siempre el gran corrupto arriba fomenta la corrupción de los más modestos abajo para tener a todos con la cola pateada. Desde tal punto de vista, el mal es incurable.

A menos que, como en Francia y en la mayoría de naciones democráticas, la fórmula contra la corrupción es la denuncia ciudadana, externada primordialmente en los medios de comunicación. Nadie, en esos países del Primer Mundo, va a perseguir a periodistas o ciudadanos por "delitos contra el honor", lo que sí sucede en Venezuela o en Ecuador (el caso de Correa contra El Universo) y no sucede en Guinea Ecuatorial por la simple razón de que en esa parte de África no hay medios independientes de ninguna naturaleza. Corrupción, dictadura, actos de fuerza y libre expresión son antagónicas.