sábado, 19 de mayo de 2012

Nepotismo el triunfo obsceno de intereses sobre principios

Nepotismo el triunfo obsceno de intereses sobre principios
Por: Upinda lii Mbèla
Redacción África Central


Los intereses particulares son en su mayoría para casi todos los humanos perfectamente legítimos y morales. Los principios, en cambio, por los que habitualmente hemos de guiarnos, en ocasiones miopes y destructivos.

A lo largo de los años, todos tropezamos, y muchas veces, con lo inverso, esto es, con el dilema moral de escoger entre sabios principios de conducta justa, de comprobada validez universal, e Intereses momentáneo, espurio, mezquino, a veces hasta francamente inaceptables desde la moral o la ley.

Botón de muestra: el enriquecimiento instantáneo, logrado apenas sin esfuerzo, de los amigos de lo ajeno, cada vez que se valen de la fuerza o -lo más frecuente del engaño para imponernos sus tropelías. Pues bien, eso es exactamente lo que entraña el nepotismo en la vida pública: la subordinación de principios abstractos de justicia (que nos obligan a todos al largo plazo y en conciencia), para el beneficio concreto y provisional de alguien que había sido electo, o designado, para servir indivisiblemente a los intereses de todos, no a los de unos pocos o poquísimos que le son allegados.

Es verdad que hay ejecutivos que contra su mejor criterio y juicio reclutan a parientes y amigos para cargos en los que prometen no mostrarse los más apropiados; pero tal error lo paga, en primer lugar, el mismo ejecutivo, para alegría de sus competidores más acérrimos y, después, los socios capitalistas, nunca los contribuyentes al fisco.

¿Por qué, entonces, el reiterado nepotismo oficial tan prevalente en las sociedades que llamamos de «tercer mundo»? Porque en ellas las reglas del juego político incentivan a los ciudadanos a ver, en los partidos, agencias de empleo, y en el erario, sencillamente el «botín» último de las campañas electorales.

En los Estados Unidos a esto se le conoce como el spoils system, que se hizo por primera vez escandaloso a nivel federal con el arribo a la Casa Blanca de Andrew Jackson (1829). Desde entonces se le han puesto numerosas trabas, con una apretura creciente de requisitos y credenciales profesionales y de relativa inamovilidad administrativa, pero que ha sobrevivido a través de maquinarias electoreras estaduales y municipales, con el apoyo incondicional, sea dicho de paso, de sindicatos de empleados públicos, los más vociferantes entre ellos los de «maestros» de las escuelas públicas (¿les suena familiar?).

El nepotismo ofrece a sus cultores (activos y pasivos) una obvia ventaja adicional: el mayor encubrimiento recíproco para sus movidas al margen de la ley y la moral. Pues los «negocios» no quedan en blanco y negro, por escrito, sino que se musitan en voz queda, al amparo de mudos techos y paredes de alguna casa patriarcal, o en discretos encuentros fugaces por rincones «neutros» y lejos, claro está, de las miradas atrevidas de los periodistas.

Las historias abundan, pero todas tienden a confirmar que mientras más íntimos los lazos entre nepotistas, más espesa y densa la cortina bajo la que esconden su corrupción e ineficiencia. Y así se aproximan cada vez más a la caricatura que pintara Winston Churchill del secretismo de Stalin:

«Una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma».



¿Que no se puede hablar con propiedad de nepotismos en las empresas privadas? ¿Que desaparece una empresa cuando se reclutan a parientes y amigos porque los errores se pagan para alegría de los competidores?

Pues precisamente los enormes cárteles y monopolios empresariales chapines, que no tienen competencia o que tienen a algún rival repartido mediante arreglo territorial al estilo Capone para no intercompetir «dañinamente», están plagados de hermanos, hijos, hijas, primos, sobrinos, tíos, nietos, cuñados y cuñadas, yernos braguetones y nueras oportunistas (ex pobres), cuates del cole, gigolós (y hasta empleadas domésticas en nómina).

Este es un fenómeno que DERRAMAN en cascada a sus empresas proveedoras creadas por ellos mismos (transporte, publicidad, computación, mantenimiento, servicios de personal, etc.), ah, y a sus flamantes fundaciones caritativas con las que se aseguran el Cielo. Las pruebas... son demasiado EVIDENTES.

Ellos se lo pueden permitir porque absorben cualquier costo innecesario de esa gente, debido a que abusivamente aumentan precios cuando y como les da la gana.

Por lo cual, no hay que ver solo la paja en el ojo ajeno, en este caso el Sector Público, valiéndose de definiciones sobre presunta eficiencia empresarial que no aplica en un Mercado tan Imperfecto. Parece que la plutocracia y su intelectualidad no tienen voluntad de autocrítica en público.