martes, 1 de abril de 2014

Un funeral muy negro

David Torres

Para inaugurar por todo lo alto el retorno al Paelolítico, el gobierno ha sincronizado el funeral de Suárez con la reapertura del Museo Arqueológico. Fue una magna ceremonia que mostró la evolución del alma hispánica a través de los siglos: el ataúd del finado en representación de la España más o menos contemporánea; los reyes, como embajadores del siglo XIX; Rouco Varela, recién resucitado y simbolizando a la Edad Media; y Teodoro Obiang Nguema en calidad de Atapuerca.

El acto, además de solemne, fue edificante y bastante ilustrativo acerca de cómo marchan los tiempos: hacia atrás, de culo y cuesta arriba. El siglo XX, olvidado y amnésico, fue enterrado con todos los honores en una ceremonia católica ante la presencia ceñuda de la Prehistoria. Para sacar a Rouco de su retiro espiritual hacía falta una figura con tirón, un líder con gancho, y nadie mejor que un tirano ejemplar, genocida y violador en serie de niñas y mujeres: el dictador perpetuo de Guinea Ecuatorial. Ver juntos a Obiang y a Rouco, el carnicero al lado del cardenal, era enternecedor, como recordar los anuncios de cacao con leche de nuestra infancia. No en vano, la familia Obiang es como un compendio en carne y hueso de la triste labor de colonización española y de la reciente historia de nuestra democracia. Creo que no hay un solo prócer que no le haya dado la mano y se haya hecho fotos junto a él sonriendo, desde Fraga a Mariano pasando por Aznar y Zapatero. Que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Y si lo sabe, no se acuerda.
 
A Obiang no le ha hecho falta saltar la valla de Melilla ni cruzar a nado la playa del Tarajal porque él no es un don nadie sino un déspota certificado que cuenta, fuera de su país, con un montón de amigos poderosos a sueldo y de periodistas de alquiler que le van corrigiendo los antecedentes penales. No es un violento de ésos que rompen escaparates de entidades bancarias o queman contenedores, no: lo suyo es más de matar por contingentes, de encarcelar por capricho y de apalear por sectores de población. Alta política, se llama. Obiang no ha venido aquí como otros negros, a vender La Farola ni a pedir en las esquinas, sino a representar a su país en un funeral de estado, aunque lo que va quedando de su país (aparte de las toneladas de petróleo y de madera que se lleva en los bolsillos, y dejando a un lado masacres, estupros y saqueos) es más bien poco.
 
Pero África tiene mucho que enseñar a Europa y, aprovechando el viaje de tan ilustre mandatario, el Instituto Cervantes y la UNED han invitado a don Teodoro a impartir unas cuantas conferencias en Bruselas, para que los líderes europeos vayan aprendiendo cómo arrasar el continente hasta las raíces. Dos organismos dependientes del ministerio de Cultura que, tras el paso de Obiang, deberían rebautizarse como Instituto Torquemada y Universidad Nacional de Fumigación a Distancia. Por la mañana, los dos Ignacios, Wert y González, y el presidente Mariano inauguraron el Museo como si acabaran de refundar el Corral de la Pacheca. Con ellos la arqueología tiene el futuro asegurado.