Bancos, dictadores y corrupción en África
Por: Alex Prats, 29 de abril de 2012
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En entradas anteriores les hablábamos de la hemorragia financiera que la fuga ilegal de capitales supone para África, y les explicábamos las principales estrategias de evasión fiscal que algunas empresas multinacionales llevan a cabo, impidiendo que miles de millones de euros puedan ser invertidos en la lucha contra la pobreza. Si bien la evasión fiscal supone entorno al 60% del total de capitales perdidos, existe otra vía importante: las llamadas ‘deudas odiosas’.
¿Qué son exactamente las ‘deudas odiosas’ y quién está involucrado?
Para explicarlo, resulta útil pensar en una puerta giratoria. A través de esta puerta, el dinero que entra en África en forma de préstamo externo sale de forma inmediata para ser depositado en cuentas bancarias privadas, con frecuencia en paraísos fiscales y en los mismos bancos de los que salió inicialmente el préstamo. De este modo, mientras que los recursos públicos que entran en el país como préstamos externos se privatizan, la población en representación de la cual se firmó el préstamo debe hacer frente a dos problemas: por un lado, no podrá beneficiarse de las inversiones que el préstamo debería haber generado, y por otro, deberá asumir de forma colectiva, durante las décadas siguientes, la devolución y el coste de la deuda. Según Ndikumana y Boyce, por cada dólar que entra en forma de préstamo, 60 céntimos salen del país en el mismo año.
Si se están ustedes preguntado por qué razón los bancos prestan dinero a gobiernos corruptos y por qué fallan en asegurar que esos préstamos sean utilizados en actividades rentables que hagan posible la devolución de los mismos, quizás les sea útil recordar cómo se originó el problema de las hipotecas sub-prime que dio el pistoletazo de salida a la actual crisis financiera y económica. Se trata, en efecto, de un problema de incentivos perversos en el que la cantidad de fondos colocados es más importante que la calidad de los mismos, lo cual no sorprende si se tiene la expectativa (por no decir la certeza) de que, en caso de impago, fondos públicos (que pagamos entre todas y todos) acudirán al rescate.
Uno de los casos extremos es el de Omar Bongo, Presidente de Gabón durante cuatro décadas, fallecido en Barcelona en 2009. El contraste radical entre riqueza y pobreza en el país es el legado de lo que la misma población gabonesa denomina ‘el sistema Bongo’, caracterizado por el abandono de carreteras, escuelas y hospitales en beneficio de las 66 cuentas bancarias de la familia Bongo, sus 183 coches, 39 propiedades de lujo en Francia y sus grandiosas construcciones en Libreville. En 2007, la policía francesa identificó múltiples cuentas bancarias propiedad de Bongo en los bancos BNP y Crédit Lyonnais. Ocho años antes, el Subcomité permanente de Investigaciones del Senado de EEUU había revelado que Bongo poseía diversas cuentas bancarias en la unidad internacional del Citibank. Más de 130M de dólares habían sido movilizados a través de esas cuentas, localizadas en las Islas del Canal, Nueva York, Londres, París, Luxemburgo y Suiza en los 15 años precedentes. Pero el caso de Omar Bongo en Gabón no es una excepción. Obiang en Guinea, Mobutu en Zaire, Mugabe en Zimbabwe, Nguesso en Congo-Brazzaville, o Abacha y Olasanjo en Nigeria, entre otros, constituyen ejemplos adicionales de cómo las elites políticas han utilizado bancos comerciales situados en paraísos fiscales para utilizar préstamos públicos en beneficio propio.
Pero como casi todo en esta vida tiene remedio si se tiene la voluntad necesaria, veamos tres posibles iniciativas para luchar contra las deudas odiosas.
-La primera es la denominada Stolen Assets Recovery Initiative (StAR), puesta en marcha por el Banco Mundial y las Naciones Unidas, que tiene como objetivos la identificación de las rutas que sigue el dinero, la identificación de los saqueadores y la repatriación de los fondos sustraídos.
-La segunda propone que los países africanos puedan decidir el repudio selectivo de las deudas odiosas, es decir, no hacer frente al pago de las deudas y dejar que sean los acreedores, normalmente bancos, los que intenten recuperar los fondos robados (que, por cierto, a menudo encontrarán en sus propios depósitos). En este sentido, sería necesaria la creación de una institución neutral específica que asumiera la función de resolver posibles disputas acerca de la legitimidad de la deuda.
-En tercer lugar, la actual opacidad del sistema financiero internacional debería ser atajada poniendo fin al secretismo de los paraísos fiscales (firma aquí para hacerlo posible).
Así que ya ven: las puertas giratorias, lamentablemente, no se encuentran únicamente en los aeropuertos.