El presidente más longevo
de África usa el fútbol como escaparate internacional de un régimen cleptómano
blindado por sus enormes reservas de petróleoA los dictadores africanos les encanta el fútbol. El ugandés
Idi Amin, el autodenominado ultimo rey de Escocia, era hincha del antiguo Hayes
de Londres. Robert Mugabe, eterno tirano de Zimbabue, se confiesa mourinhista y
del Chelsea. Eduardo Dos Santos, 33 años al frente de Angola, tiene al Real
Madrid en el corazón.
En esta lista de la infamia no podría faltar el sátrapa más
longevo de África, Teodoro Obiang, el autógrata de Guinea Ecuatorial, ex
colonia española y próxima anfitriona de la selección. Consumado experto en
pucherazos electorales, lleva 34 años al timón de un país que ha cambiado de
constitución en cinco ocasiones para acumular más poder en su persona y en su
familia.
Su afición por pisotear los Derechos Humanos nunca han sido
un problema para que gobiernos como el de Zapatero en España, el de Sarkozy en
Francia o el de Obama en EEUU firmen acuerdos que apuntalan su régimen de
terror. ¿La razón? Guinea Ecuatorial chapotea sobre unas enormes reservas de
petróleo de las que se obtienen 322.700 barriles al día, un goloso pastel por
el que muchos líderes mundiales son capaces de rebajar sus estándares
democráticos.
Ahora es el gobierno de Rajoy el que usa la diplomacia del
fútbol para volver a poner en el mapa a Obiang, al que le encanta el deporte
como máquina de propaganda. Por eso organizó el año pasado la Copa Africana de
Naciones junto a Gabón y por eso invita ahora a la selección española.
No hay escaparate propagandístico mejor que un flamante
estadio como el de Malabo, aunque la roja de África sea un rival menor
comparado con Camerún, Sudáfrica o Egipto. En lo que sí es campeón el régimen
de Obiang es en la censura de medios de comunicación, en encarcelar opositores
y en la cleptomanía: su población sobrevive con dos dólares al día, pero él
acumula una fortuna de 468 millones de dólares, más que la reina de Inglaterra.
Como sucede en otros países africanos ricos en petróleo,
como Nigeria o Angola, la aristocracia de Guinea se ha vuelto adicta al champán
y a los lamborghinis. Y en los barrios pobres de Malabo, que son todos menos
uno, pueden faltar muchas cosas, menos una televisión con fútbol.